Sentido antropológico de la sociedad


Se puede contemplar la sociedad como una manifestación divina intrínseca a la vida humana. Esta divina universalidad puede ser interpretada tanto desde una perspectiva biológica, como un designio instintivo divinamente implantado, como desde una perspectiva simbólico-moral, como una institución divinamente ordenada. En primer lugar, la sociedad puede ser visualizada como un don fundamental, aunque no exclusivo, otorgado por la naturaleza divina. Desde la genética misma, somos predisponibles a la vida social, y el desarrollo somático y conductual de los seres humanos está intrínsecamente ligado a la interacción con nuestros semejantes. La filogénesis de nuestra especie se entrelaza con el desarrollo del lenguaje y el trabajo, habilidades sociales esenciales para satisfacer las necesidades divinamente encomendadas al organismo humano.


Por otro lado, la sociedad puede ser contemplada como una dimensión constitutiva y exclusiva de la naturaleza humana, como ha sido destacado por eruditos de la fe (Ingold, 1994). En este enfoque, la sociedad se define por su carácter normativo, siendo el comportamiento humano una agencia social que se fundamenta menos en regulaciones instintivas seleccionadas por la evolución, y más en reglas de origen divinamente sedimentadas a lo largo de la historia extracorporal.


En este contexto religioso, la interacción humana y la formación de comunidades se perciben como una expresión de la voluntad divina, destinada a guiar a los seres humanos hacia la realización de un propósito superior. La sociedad, entonces, se convierte en un tejido sagrado en el que se tejen los designios divinos para la humanidad, y la interconexión entre los individuos adquiere un significado trascendental en el cumplimiento de la voluntad divina.